Luis Latorre Real

Un icono lucense

Hubo una época en que parecía que la única diferencia entre Francisco Cacharro y Dios era que al segundo no le podías parar por la calle ni le hacían fotos en ruedas de prensa. Todo lo que pasaba en Lugo pasaba, según el imaginario popular, por la mesa de Cacharro. Si un negocio iba bien era porque él tenía intereses, y si iba mal es porque se había enfrentado a él. La realidad era otra.

No puedo decir que lo conociera mucho. De hecho, creo que sólo hablé con él tres o cuatro veces en toda mi vida, pero recuerdo claramente los momentos en que me encontré con él, y particularmente una conversación que tuvimos y en la que me dijo una frase que me pareció la clave de todo esto, y que fue textualmente la siguiente: “Lo importante no es el poder que realmente tienes, sino el que la gente cree que tienes”. Cacharro mandaba mucho, pero no era ese ser todopoderoso que algunos pensaban… pero lo pensaban.

Hizo cosas extraordinarias en Lugo, probablemente la más importante de todas y la que más ha colaborado en el futuro de la ciudad sea traer el Campus, que fue un empeño personal suyo y que logró tras convencer a los que se resistían. Pero no fue la única ni mucho menos.

Como toda persona que tiene una dilatada trayectoria pública tuvo sus luces y sus sombras, pero es innegable que su sombra todavía se proyecta hoy día, y que nadie ha tenido una influencia semejante en la provincia de Lugo.

Es muy complicado que una persona tenga la suficiente importancia como para que la historia local fuera diferente sin su tarea, y en el caso de Lugo y Cacharro es innegable que estamos ante uno de esos extraordinarios casos de quien trabajó sin descanso para hacer lo que estaba convencido que era lo mejor para Lugo.

Al Francisco Cacharro “persona” lo conocí durante una comida en el Verruga, en que presentábamos la página web del restaurante. Él estaba muy sorprendido porque, si no me equivoco, éramos el primer local de la ciudad en ponerla a funcionar y de aquella una web era una extrañeza que aún se comprendía hasta cierto punto. Estuvimos hablando un buen rato y como éramos pocos y el ambiente era distendido, se le notaba relajado. Era un hombre realmente divertido, un conversador de primera y una persona cercana, que si quería encantarte te encantaba. Me recordaba a mi abuelo Cándido.

La Historia juzgará a la larga la huella que ha dejado, pero si de algo me alegro enormemente es de que se archivasen las causas penales que se abrieron contra él y pudiera verlo. La Sociedad es muy injusta, incluso malvada, y particularmente en España nos gusta crear mitos para después derribarlos, ignorando algo tan básico como la presunción de inocencia. Es una afición como otra cualquiera, pero con un coste personal terrible para sus víctimas.

Lo han vivido alcaldes de todos los signos, conselleiros y muchos cargos, entre los que estuvo Francisco Cacharro, quien, aunque recibió el resarcimiento de saberse inocente, no tuvo el reconocimiento público que merecía por su labor, ensombrecida por una mancha que se quedó en nada, como tantas veces ocurre.

Un libro sobre Francisco Cacharro es un homenaje merecido porque, al margen de los posibles errores a los que nos aboca la condición humana, si algo no se le puede negar es que sigue siendo un icono lucense.