El tiempo pasa devorándolo todo: personas, hechos, circunstancias, momentos… Con frecuencia, toda una trayectoria vital, por fecunda y generosa que haya sido, se queda “en fúnebre memoria convertida”, por decirlo con las palabras que nuestra gran Rosalía dedicó a su amigo Aurelio Aguirre. Pienso en eso cuando me dispongo a atender al cordial requerimiento de Xulio Xiz escribiendo unas pocas líneas sobre la gestión desempeñada en el insaciable y glotón predio cultural por Francisco Cacharro Pardo, un político ingratamente tratado por sus adversarios, sus enemigos y sus compañeros de partido.
No recuerdo con precisión la fecha, pero el caso es que un buen día recibí la invitación de Cacharro para formar parte del Consejo de Cultura de la Diputación de Lugo, órgano que estaba a punto de constituirse, no sé si por iniciativa propia o a sugerencia de Fraga, entonces recién llegado a la presidencia de la Xunta y con quien yo empezaba a entablar una relación cordial, iniciada por mi modesto conocimiento de un libro de Ian Robertson, “Los curiosos impertinentes”, que el entonces todavía embajador de España en el Reino Unido había prologado y acomodado en la tipografía de la Editora Nacional, que con Dios vaya.
Fue el caso que antes de aceptar quise saber qué otras personas formarían parte de tan novedoso órgano consultivo. Cacharro me dio dos nombres, Uxío Novoneyra y Manuel María. Me pareció aval sobrado y acepté. Permanecí en el Consejo desde su constitución hasta su disolución definitiva, ya con Xosé Ramón Besteiro al frente del ente provincial. Supongo que no hará falta que diga que los miembros del Consejo no percibíamos ni un céntimo. Por desgracia. Si acaso, se nos remuneraba el trabajo (nada fatigoso, también es verdad) con algunas de las publicaciones salidas de los tórculos de la Imprenta Provincial, me temo que casi todas ellas de relativo interés, dictadas más bien por el entusiasmo o la vanidad de sus autores. Habida cuenta de que en Lugo nos conocemos todos y quien no tiene un amigo tiene un amigo del amigo, huelga decir que la política de publicaciones era muy poco exigente, más de benevolencia que de severidad, mucho más laxa que rigurosa. Una tiradita corta, unos cuantos ejemplares para el autor y a otra cosa, mariposa. Creo que esta línea de escaso requerimiento intelectual solo se quebró en un par de ocasiones, ambas para atender la solicitud -un poco desvergonzada- de los respectivos autores de sendos libracos, autores, a su vez, miembros del Consejo. Ya no están entre nosotros, corramos pues el velo misericordioso del olvido.
En cualquier caso, si hubiera que justificar la labor editorial del Consejo bastaría con recordar la publicación del llamado “Tumbo pechado” de Mondoñedo, cuyos documentos, entre finales del XIV y principios del XVI, dormían en el más absoluto olvido, pese a las clamorosas demandas de atención por parte de Francisco Mayán Fernández y Enrique Cal Pardo, quien se encargó de prologarlo y anotarlo, tarea cumplida con el rigor habitual en él.
Naturalmente, aquello del Consejo fue una gota de agua en el océano de las realizaciones culturales de Cacharro, muchas de ellas desconocidas, otras olvidadas y bastantes interesadamente silenciadas por quienes más obligados estarían a reivindicarlas.
Si bien Cacharro no perdía de vista el principio de “primum vivere, deinde philosophari” -irrenunciable en una provincia como la nuestra, entonces con muchas carencias en infraestructuras básicas-, no fue ello obstáculo para que acometiera una política cultural muy ambiciosa, que alcanzó su apogeo con la facultad de Veterinaria y el desarrollo del Campus, pero que está jalonada de huellas muy importantes, quizá algunas poco conocidas. Nos referiremos a ellas de pasada y con una escueta mención.
Por decisión de Cacharro se llevaron a cabo las obras de ampliación del Museo Provincial, precedidas de excavaciones arqueológicas de las que resultaron hallazgos muy importantes. De hecho, la ampliación supuso duplicar la superficie de las áreas expositivas correspondientes a las dependencias del antiguo convento de San Francisco. A consecuencia de esta intervención, el Museo dispone ahora de un buen espacio para exposiciones temporales. Además ha incrementado la zona dedicada a biblioteca y archivo, enriquecida con dos nuevos depósitos, también adquiridos a iniciativa de Cacharro: las bibliotecas de Gonzalo Gayoso Carreira (autor de una Historia Universal del Papel, que la Diputación le editó como único pago a la cesión de la biblioteca) y José Trapero Pardo, quien llevó las riendas del Museo en los últimos años de su vida y cuya biblioteca, si no muy numerosa, sí muy interesante (ahí está quizá la única colección completa de “Vallibria”, la cabecera mindoniense en la que velaron sus primeras armas Cunqueiro y otros).
La ubicación en Lugo del Centro de Artesanía e Deseño (versión moderna y engrandecida de la Escola de Gaitas de la Diputación) fue otro empeño personal de Cacharro, culminado no sin expresivas reticencias de algunos significados prohombres de la Xunta, partidarios de la autonomía de Galicia respecto a Madrid y, paradójicamente, de un neocentralismo autonómico apiñado en Compostela.
No quiero finalizar este brevísimo apunte sin mencionar un dato muy significativo en una institución depositaria de importantes fondos editoriales y hemerográficos relacionados con la provincia de Lugo. Me refiero a la compra de los derechos editoriales del popular almanaque “O Gaiteiro de Lugo” a los herederos del impresor Gerardo Castro, su titular. La publicación de “O Gaiteiro”, cuyo primer número se remonta al año 1857, se había interrumpido al caducar la cesión temporal de derechos a La Región de Ourense. En 1996 Cacharro Pardo inició y culminó con éxito las negociaciones con los herederos de Castro Montoya, y fue así cómo “O Gaiteiro” pudo resucitar en su ciudad y -llegado San Froilán- volvió a venderse por miles de ejemplares, tal seguía siendo su demanda. Tengo la impresión de que a los actuales dirigentes diputacionales lo de “O Gaiteiro” les importa un rábano y, en consecuencia, han preferido apuntillarlo a mantenerlo.
Me parece recordar que hay un acuerdo corporativo por el que se concede el nombre de Francisco Cacharro a una calle de la ciudad de Lugo. Todos sabemos que no se ejecutará. El rencor es planta que crece entre el boscaje de la baja política. Sus hojas dan un poquito de asco.